Fabricar iPhones solo en EE.UU.: promesa patriótica o ilusión costosa según Bank of America

Trump afirma que Apple puede producir en suelo estadounidense, pero los números cuentan otra historia: hasta un 90 % más de coste por unidad si se aplica el nuevo arancel a China.

El debate sobre el regreso de la producción tecnológica a Estados Unidos ha vuelto al centro del discurso político. En plena escalada arancelaria entre Estados Unidos y China, la administración de Donald Trump asegura que fabricar el iPhone en suelo norteamericano no solo es factible, sino necesario. Pero las cifras que manejan analistas financieros apuntan a una realidad muy distinta.

«Apple puede hacerlo en casa», declaró con determinación Karoline Leavitt, portavoz de la Casa Blanca, al ser preguntada sobre la posibilidad de producir los icónicos iPhones íntegramente en Estados Unidos. A su juicio, la inversión de Apple de 500.000 millones de dólares en el país es prueba suficiente de que el objetivo es alcanzable. “Tenemos la mano de obra, los recursos, y la determinación”, sentenció Leavitt, alineando su mensaje con el discurso proteccionista del presidente Trump.

Pero según Bank of America Finance (BoAF), la historia cambia radicalmente cuando se sacan las cuentas.


Un sueño de alto coste

De acuerdo con el análisis del banco, trasladar completamente la fabricación del iPhone a territorio estadounidense aumentaría el coste directo por unidad en un 25 %. Y el impacto sería todavía mayor si se consideran los aranceles del 104 % que entraron en vigor recientemente para productos chinos. En ese caso, el precio final de un iPhone podría incrementarse hasta un 90 %, haciendo inviable su comercialización a gran escala en mercados sensibles al precio.

El informe, liderado por el analista Wamsi Mohan, destaca que Apple podría fabricar en EE.UU., pero no a un coste competitivo ni con la eficiencia que ofrece su cadena de suministro actual, con centros clave en China, Vietnam, India y Brasil.

“A menos que se aclare la perdurabilidad de los nuevos aranceles, no esperamos que Apple decida trasladar la fabricación a Estados Unidos”, afirmó Mohan.


La respuesta de Apple: silencio estratégico

La compañía de Cupertino, que históricamente ha evitado entrar en debates políticos directos, no ha emitido declaraciones oficiales tras los últimos anuncios de Trump. Pero desde los tiempos de Steve Jobs, e incluso bajo la dirección de Tim Cook, Apple ha dejado claro que la infraestructura industrial y la mano de obra cualificada necesarias para fabricar iPhones a gran escala no existen en EE.UU..

En lugar de ello, Apple ha diversificado su producción: Vietnam y la India han ganado protagonismo en la fabricación de componentes y montaje final, beneficiándose además de unos aranceles significativamente más bajos frente a los de China (del 10 % frente al 125 % actual).


Una promesa con sabor a campaña

La idea de fabricar el iPhone “100 % americano” es un recurso potente en clave electoral. Evoca empleo local, independencia tecnológica y orgullo nacional. Pero en términos logísticos, económicos y tecnológicos, la apuesta sigue estando lejos de ser viable, incluso con una inversión colosal como los 500.000 millones ya comprometidos por Apple en EE.UU.

Por ahora, el iPhone sigue siendo global, en diseño, componentes y ensamblaje. Trump podrá agitar el discurso del retorno industrial, pero la cadena de suministro, altamente optimizada y globalizada, responde más a eficiencias de mercado que a decisiones ideológicas.


Conclusión: ¿quién paga la factura?

Fabricar un iPhone en EE.UU. no es imposible, pero sí profundamente caro. Y como señalan analistas de Bank of America, ese sobrecoste no lo asumiría solo Apple: lo pagarían los consumidores. En plena crisis inflacionaria y con la tecnología como parte esencial del día a día, subir los precios de los smartphones por motivos políticos podría tener consecuencias económicas y sociales difíciles de justificar.

Así que, mientras los titulares de Trump resuenan con fuerza en los mítines, en las fábricas —y en los mercados— reina la cautela. Porque la tecnología no entiende de fronteras, pero sí de márgenes. Y esos, por ahora, siguen estando lejos de casa.

Referencias: Bloomberg y El chapuzas informatico

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